Historia de la Capilla de Cruz Chica, La Cumbre

La Capilla de la Santa Cruz: En el chalet Lambaré se inicio la costumbre dominical de oficiar misas al aire libre, frente al viejo garaje de los Buelink, abierto al hermoso parque, con una simple mesa por altar, presidida por una pequeña cruz – la Cruz Chiquita patronímica – con los fieles a cielo descubierto, como en las clásicas capillas abiertas coloniales descriptas por el arquitecto Buschiazzo.

Cultura 06/04/2021 Claudia Cepeda Claudia Cepeda
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La puntualidad de la asistencia comarcana y la cada vez más reclamada necesidad local de este culto ya habitualizado, movieron a un grupo de personas empeñosas, de catolicidad activa, a iniciar los trámites para cristalizar el propósito. Pecaríamos de injustos, ya que todas las familias del vecindario se sumaron a la campaña, si silenciáramos el piadoso bregar de las señoras Elena Cárdenas de Bianchi di Cárcano y María Elena Bianchi di Cárcano de Chenaut, quienes tomaron sobre si los trabajos mayores hasta llevarlos a feliz resultado.

“No me gustan las capillas vacías…”
El terreno fue donado por la familia Parada, en el empinado faldeo, sobre los fondos de “El Paraíso”. Corría el año 1947 y era necesaria la autorización arzobispal. Ocupaba el sitial cordobés Monseñor Fermín Lafitte, de grato recuerdo, y consultado al efecto previno con pastoral prudencia “No me gustan las capillas vacías”. La repuesta de las gentiles postulantes aclaró pronto e ingeniosamente el intencionado escrúpulo arzobispal: “Es para ponerle techo a una misa Monseñor” y como la misa se celebraba a porfía a cielo descubierto, el sacro techo fue concedido.
El buen, sentido, el gusto, la versación ritual y la cultura asociada de los vecinos, respetuosos de lo tradicional verdadero, pudo levantar al fin su templo, sin calco servil de precedentes aledaños, y supo dotarlo con ornamentos y objetos de culto de procedencia legítima, respetando la sobriedad ritual, el arte y las memorias perpetuables.
Se recurrió a dos profesionales conscientes de las modalidades de la zona, la sensibilidad de la feligresía y el encanto del paisaje: Edmundo Arias y Feliciano Manau.
El primero ideó el proyecto, el segundo realizó la obra y continúa hasta hoy su preservación y agregados.
El edificio asienta en un corte de la pendiente, sobre una terraza de relleno, afianzado sobre pirca, con explanada al frente, rodeada de arboleda. La nave única con techo a dos aguas sobresaliente sobre el portal, tiene atrio cubierto con apoyos laterales de mampostería.
El techo es de tejas y los muros de ladrillo a la vista blanqueado a la cal. Sobre el frente, a su derecha, una torre de base cuadrada sostiene el campanario terminado en cupulín de media naranja coronado por la cruz. El conjunto mantiene los elementos corrientes de las capillas rurales del noroeste Argentino, con discreta modernidad de fábrica y proporción y exhibe su elegante silueta blanca sobre el valle vestido de quintas.

El interior y sus imágenes
La Capilla de la Santa Cruz fue alhajada con pulcra sencillez.  Sus guardianas lugareñas cuidan con celo la verdad ritual como él rescate estético. Con llevar el nombre que lleva, su advocación es la de Nuestra Señora del Rosario y las imágenes concuerdan con el doble patrocinio. En un rebaje parabólico del testero, el altar soporta un dorado retablo que perteneció a la Iglesia de San Marcos Sierra; lo preside, en lo alto, un bello crucifijo de buena talla moderna, entonado bajo la dirección experta de Héctor Schenone; a sus costados, sobre sendas columnas policromadas procedentes de la demolida capilla de Salsacate; la del Evangelio soporta un Sagrado Corazón adaptado de una talla antigua; sobre la de la Epístola apoya una delicada imagen de la Virgen del Rosario, procedente de la casa “El Imaginero”. Pulcramente vestida y aderezada: su rosario procede de Salta, y la corona, así como el cáliz del ritual y la bandeja, pertenecieron a antepasados de la familia Bianchi di Cárcano. La artesanía de hierro está representada por los soportes de la mesa del altar y la baranda del comulgatorio, cedidas por las Monjas Teresas de Córdoba.  El severo Vía Crucis pintado sobre cruces paté de madera es obra del taller de Santa Teresita.  Los dos soportes colgantes laterales y la lámpara votiva, fueron traídos de Italia expresamente.  La pila de piedra procede también de Salsacate.
Pero la Iglesia de la Santa Cruz preserva en rincón recogido, a modo de capillita íntima, una imagen de alto valor artístico y dolida expresividad. Valorada por los historiadores del arte colonial cordobés: el  Nazareno, clásica figura procesional, con el verismo propio de las imágenes española que presiden el tocante ceremonial de Semana Santa.  Fue salvada oportunamente de la severidad iconoclasta modernista que abatió la mencionada Iglesia de Salsacate y para orgullo de Cruz Chica, con su impresionante corona de espinas naturales, visualiza en la capilla de hoy el Supremo Sacrificio, con sus modestas vestiduras desgarradas, sin otro aliño que su pobreza auténtica.  El Jesús Nazareno de la Capilla de la Santa Cruz irradia desde su rincón humilde, la verdad cruenta de la Divina Redención.
Al autorizar Monseñor Lafitte su entronización, manifestó: “Doy mi conformidad para que allí quede conservada la sagrada e histórica imagen, y se le rinda culto público permanente”.
Inaugurada el 6 de enero de 1949, día de la Epifanía, la Capilla de la Santa Cruz de Cruz Chica, con su Jesús Nazareno, desde su antigüedad sin fecha, vela con su dolida presencia por la continuidad mantenida de la Fe. Como las viejas imágenes talladas con el alma velaron, desde las capillas de antes.

Tomado de apuntes y notas de Antonio Lascano González.
© Investigación histórica: Francisco Capdevila

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